Quien con niños se acuesta, enfermo se levanta

Cuando tu casa se convierte en un hospital de campaña es raro que tú no te lleves tu parte.

Virus y bacterias campan a sus anchas durante la temporada otoño-invierno en mi casa. Están por todas partes y este año ya hemos tenido neumonía, laringitis, catarros, toses, estornudos, mocos… y todos han hecho que el estreptococo que vive en mi garganta desde hace años, se manifieste y me provoque una enfermedad de esas de niños, pero que cuando eres mayor no tiene tanta gracia: Anginas.

Bueno, los médicos lo llaman amigdalitis, porque a los médicos les encanta poner nombres complicados a las cosas, y cuando te hablan de sus cosas contigo, usan palabros que en tu vida has oído, pero en ese momento pones cara de haber estudiado 6 años de medicina y un doctorado.

Como cuando vas con el niño al pediatra y te pregunta si ha tenido fiebre, y tú todo orgulloso dices, “sí, 37,8ºC” y entonces te responde, ah bueno, eso no es fiebre, es febrícula. Vale, llámalo como quieras, pero en mi casa toda la vida si tenías más de 37ºC tenías fiebre.

Cuando tienes una enfermedad de niño siendo adulto y te afecta de verdad, hasta el punto de tener que cogerte la baja, tu cuerpo desprende algún tipo de feromona que hace que tus hijos la huelan y quieran estar a tu lado. Todo el día, a todas horas, y si es posible encima de ti.

Gritando, saltando, peleándose… mientras tú yaces encima de la cama o del sofá, ellos tienen la irrefrenable necesidad de estar a tu lado, y tú no puedes hacer nada para evitarlo. Quieres unas horas de vacaciones sin tus pobres hijos, que lo único que buscan es estar contigo porque ven que estás malito.

Entonces uno de ellos te pregunta que por qué no te has vacunado. En ese momento dudas de si es una pregunta por simple curiosidad o detrás lleva el amargo recuerdo de la última vez que le pusieron una vacuna a él y aún se acuerda de lo divertido que fue y de que tú fuiste el culpable.

Porque por mucho que hayas hablado con ellos sobre las vacunas y hayas intentado hacer una labor pedagógica sobre lo buenas que son, que evitan enfermedades y que nos pongamos malos, tus hijos sólo recuerdan que una bruja vestida con una bata blanca les clava un pincho en el brazo a traición. Y a ver, su reacción es normal.

Te llevan al médico habiéndote contado lo buenas que son las vacunas y sales de allí como un toro de lidia, así que normal que no quieran volver. Encima sujetan al niño como en un potro de tortura sin dejar que se mueva; lo que viene  a continuación seguro que no es bueno, y eso asusta al más pintado, por mucho que era señora de blanco te diga “bonito, tranquilo, que no pasa nada”, sí, claro que pasa, bruja, que seré pequeño pero no tonto.

Es algo por lo que los niños tienen que pasar por el beneficio que conlleva, y no creo que nadie en su sano juicio esté en contra. Y eso que hay un movimiento de gente que está en contra de la vacunación con argumentos de lo más surrealista, y tienen la suerte de que como el resto de personas vacunamos a nuestros hijos, estamos protegiendo a los suyos de contagios.

Y bueno, para hacer pedagogía con los niños sobre las vacunas, qué mejor que una de las series de dibujos animados más didácticas de la historia que aquellos que fuimos a la EGB tuvimos la oportunidad de disfrutar: “Erase una vez… la vida”. El episodio 24 es el de las vacunas, por si a alguien le interesa y aunque sé que está de moda lo de descargar cosas de Internet, la colección en DVD cuesta menos de 40€ en Amazon. Puede ser un bonito regalo para Navidad.

Y por si a alguien le ayuda, el episodio de las caries también es muy útil para concienciar a los más peques de la necesidad de lavarse los dientes después de comer.

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